Edad recomendada: de 4 a 8 años
El sol comenzaba a despedirse en el horizonte, pintando el cielo con tonos de naranja, rosa y dorado. En el corazón del Gran Bosque Verde, los animales se preparaban para un día muy especial: la Fiesta de los Animales, que solo ocurría una vez al año, cuando la Luna Llena brillaba más fuerte que todas las estrellas juntas.
Lino, el pequeño pajarito azul de plumas brillantes y ojos curiosos, se había despertado temprano para ayudar con los preparativos. Volaba de rama en rama, repartiendo invitaciones coloridas hechas de hojas y pétalos. Todos estaban invitados: desde el enorme elefante Tutu hasta la diminuta hormiga Nina.
A Lino le encantaba la fiesta, pero este año estaba especialmente emocionado: era la primera vez que tendría la misión de abrir el baile con una canción especial, compuesta por él mismo.

Mientras entregaba la última invitación, Lino escuchó un sonido extraño que venía de la parte más profunda del bosque. Era un rugido… pero no parecía de león, tigre ni de ningún animal que él conociera.
Voló en dirección al sonido y encontró al viejo Sabio Tortuga, que vivía cerca del Río del Espejo. La tortuga, con su voz lenta y profunda, explicó:
— Lino… ese rugido es señal de que una tormenta mágica podría estar en camino. Ella llega una vez cada cien años y, si aparece antes de la fiesta, apagará todas las luces de la luna y silenciará nuestra música.
El corazón del pajarito comenzó a latir con fuerza.
¡La Fiesta de los Animales no podía terminar en silencio! Era el evento más esperado del año.
— ¿Qué podemos hacer, Tortuga? —preguntó Lino.
— Solo hay una manera: encontrar la Perla de la Canción, guardada en lo alto de la Montaña de la Nube. Ella brilla tan fuerte que ni siquiera la tormenta mágica puede apagar su luz. Pero… tendrás que llegar allí antes de que salga la luna.

Lino voló tan rápido como pudo para contarles la noticia a sus amigos. Pronto, se formó un grupo de voluntarios para la misión: Tutu, el elefante bailarín; Mila, la mona juguetona; y Leo, el león de melena dorada.
— ¡Vamos juntos! —rugió Leo—. ¡Nadie va a arruinar nuestra fiesta!
El viaje no sería fácil. Primero, tuvieron que cruzar el Puente de los Lianas, que se balanceaba con el viento. Mila ayudó a Lino a volar bajo para no ser arrastrado por las ráfagas, mientras Tutu y Leo avanzaban con cuidado.
Después, llegaron al Pantano de las Mil Voces, donde ranas, grillos y búhos cantaban al mismo tiempo, confundiendo a los viajeros. Fue Lino quien, con su oído afinado, encontró el camino correcto siguiendo el canto de un solo grillo que estaba bien afinado.
Pero el peor desafío llegó cuando alcanzaron el Desfiladero del Eco, un valle profundo donde cada paso hacía temblar las rocas. Tutu, siendo el más pesado, tuvo que cruzar primero, mientras los demás esperaban en silencio para no provocar derrumbes.

Cuando finalmente llegaron al pie de la Montaña de la Nube, el cielo ya comenzaba a oscurecer. Una sombra se movía rápidamente entre las rocas: era la Tormenta Mágica, que tomaba la forma de una serpiente negra hecha de viento y truenos.
— ¡No conseguirán la Perla! —silbó la serpiente, rodeándolos.
El miedo paralizó a Lino por un instante. Si huían, no llegarían a tiempo. Si enfrentaban a la serpiente, corrían el riesgo de ser arrastrados por el viento.
Lino respiró hondo.
— Yo… yo tengo una canción —dijo, temblando—. ¡Y la voy a cantar ahora!

La serpiente avanzó, pero Lino abrió las alas y comenzó a cantar. Su melodía no era solo hermosa — tenía la fuerza de la amistad, de las risas compartidas, de los bailes alrededor de la fogata.
Tutu lo acompañó golpeando el suelo con el pie como un tambor, Mila se balanceaba en las ramas haciendo percusión, y Leo rugió al ritmo, como un gran contrabajo felino.
La música se volvió tan poderosa que la serpiente empezó a deshacerse en nubes suaves, y de ellas cayó una lluvia de luz. Entre los últimos rayos, apareció la Perla de la Canción, brillando como mil lunas.
Lino la sostuvo con cuidado y, juntos, bajaron corriendo la montaña.

Cuando llegaron al claro, la luna ya brillaba en lo alto. Colocaron la Perla en el centro de la fiesta, y su resplandor iluminó todos los rincones del bosque. Animales de todos los tamaños llegaron: el sapo con su violín improvisado, la jirafa con un elegante sombrero, el conejo saltando de alegría, la lechuza entonando su suave canción, y hasta el oso y la serpiente bailando juntos.
La fiesta comenzó con la música de Lino, y todos cantaron y bailaron hasta el amanecer.
Lino aprendió que el valor no es la ausencia de miedo, sino la decisión de actuar incluso cuando tenemos miedo —especialmente cuando se trata de proteger aquello y a quienes amamos.
Y así, la Fiesta de los Animales siguió siendo la más alegre de todas, con la promesa de no terminar nunca.
